HIJOS TIRANOS

HIJOS TIRANOS,  artículo publicado en la Revista electrónica de información para padres de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap).
Familias, Pediatras y Adolescentes en la Red. Mejores padres, mejores hijos. 
Autor:
Javier Urra. Dr. en Psicología con la especialidad de Clínica y Forense. Primer Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid. Escritor.
Palabras clave: tiranía, educación, valores, violencia familiar
En la calle, en un aeropuerto, en un parque, se puede ver a un niño pequeño, muy pequeño, que da una bofetada en el rostro que le acerca el abuelo para recibir un beso.
El abuelo retrocede, se sorprende, mira al niño, le sonríe, mira a los padres del niño y observa que la respuesta -de haberla- es ligerísima, casi un susurro de represión.
El niño vuelve a la carga, busca la cara del abuelo para estamparle sus cinco deditos.
¿Requiere lo antedicho alguna reflexión? No hay palabras. Debe haber respuestas, enérgicas, claras, contundentes, rápidas y contenedoras. El niño debe comprender y comprobar, en ese instante, que lo que ha hecho está mal, muy mal, que jamás se le permitirá volver a hacerlo, ni a intentarlo. Padres, abuelos, al unísono, por el bien del niño y de ellos, no lo pueden consentir, ni minusvalorar, porque esto es el principio. El niño, en muchos hogares, se ha convertido en el dominador de la casa; se ve lo que él quiere en la televisión; se entra y se sale a la calle si así a él le interesa; se come a gusto de sus apetencias.
Cualquier cambio que implique su pérdida de poder, su dominio, conlleva tensiones en la vida familiar; el niño se vive como difícil, se deprime o se vuelve agresivo. Las pataletas, los llantos, sabe que le sirven para conseguir su objetivo. Son niños caprichosos, consentidos, sin normas, sin límites, que imponen sus deseos ante unos padres que no saben decir no.
¡Quiero ver los dibujos, ya!
¡No te quiero, eres mala porque no me compras chuches! ¡Pues ya no soy tu hijo!
¡No quiero hacer los deberes y tú no me puedes obligar!
Hacen rabiar a sus padres, molestan a quien tienen a su alrededor, quieren ser constantemente el centro de atención, que se les oiga solo a ellos, son desobedientes, desafiantes. No toleran los fracasos, no aceptan la frustración. Echan la culpa a los demás de las consecuencias de sus actos.
La dureza emocional crece, la tiranía se aprende, si no se le pone límites.
Hay niños de 7 años, y menos, que dan puntapiés a las madres y éstas dicen «no se hace» mientras sonríen, o que estrellan en el suelo el bocadillo que le han preparado y, posteriormente, le compran un bollo.

Recordemos a esos niños que todos hemos padecido y que se nos hacen insufribles por culpa de unos padres que no ponen coto a sus desmanes.

La tiranía puede acabar en denuncia de los padres contra algún hijo, por estimar que el estado de agresividad y violencia ejercido por éste o ésta, afectaba ostensiblemente al entorno familiar. Otros hechos asociados son las fugas del domicilio, el absentismo escolar y las conductas cercanas al conflicto social. En otros casos, el hijo o hija entra en contacto con la droga y es a partir de ahí cuando se muestra agresivo/a. Algunos hijos utilizan a sus padres como “cajeros automáticos”, los chantajean, o manifiestan un gran desapego hacia sus progenitores.
¿Quién violenta a sus padres?
Generalmente son menores de entre 12 a 18 años; un tercio son chicas, y agraden, primordialmente, a la madre. Adolecen del intento de comprender al otro, poseen escasa capacidad de introspección y de autodominio: «me da el punto/la vena…».
Cabe diferenciar los siguientes tipos:
1- Hedonistas-Nihilistas (“egoístas“): el más amplio en número. Su principio es “primero yo y luego yo”. Algunos utilizan la casa como hotel; los fines de semana los pasan fuera y entienden que la obligación de los padres es alimentarles, lavarles la ropa, dejarles vivir y subvencionarles todas sus necesidades o, mejor dicho, demandas. El no cumplimiento de sus exigencias supone un altercado que acaba en agresión. En gran número no realizan ninguna actividad educativa o formativa.
2- Patológicos : por una relación amor-odio madre-hijo o por problemas con las drogas, lo que les impulsa, en mucho casos, a robar en casa para comprar sustancias psicotrópicas.
3- Violencia por aprendizaje : menores que han vivido situaciones de maltrato entre los padres o han sufrido de pequeños maltratos en su propio cuerpo, junto con la falta de control de los padres con pautas educativas poco coherentes o inestables. En la adolescencia, cuando su edad y físico lo permiten, “imponen su ley” tal como la han interiorizado.
Todos los tipos tienen puntos comunes, como los desajustes familiares, la “desaparición” del padre varón, que, o bien no es conocido o está separado y despreocupado, o sufre algún tipo de dependencia, o no es informado por la madre para evitar el conflicto padre-hijo; la realidad es que prefiere no enterarse de lo que pasa en casa en su ausencia. No se aprecian diferencias por niveles socio-económico-culturales. Generalmente el hijo es único o el único varón, o el resto de los hermanos mayores han abandonado el hogar. En la casi totalidad de los casos, no niegan su participación; es más, la relatan con tanta frialdad y con tal realismo que impresiona sobremanera.
La tiranía se convierte en hábito o costumbre que va en aumento; no olvidemos que la violencia engendra violencia. Las exigencias cada vez mayores obligan necesariamente a decir un día NO, pero esta negativa no es comprendida, pues en su historia vivida no han existido topes, ni aceptada.
Las causas de la tiranía residen en una sociedad permisiva que educa a los niños en sus derechos pero no en sus deberes, donde ha calado de forma equívoca el lema “no poner límites” y “dejar hacer”, impidiendo una correcta maduración. Todo ello en ocasiones sobre una falta de valores básicos.
Respecto a los medios de comunicación, y primordialmente a la televisión, es incuestionable que el exceso de actos violentos, muchas veces sexuales, difuminan la gravedad de los hechos.
Las funciones parentales clásicamente definidas se han diluido, lo cual es positivo si se comparten obligaciones y pautas educativas, pero resulta pernicioso si hay un cierto abandono con desplazamiento de responsabilidades.
Para prevenir este problema, hemos de educar a nuestros jóvenes desde la primera infancia, enseñándoles a vivir en sociedad. Han de ver, captar y sentir afecto, y es preciso transmitirles valores. Formarlos en la empatía, motivarlos sin el estímulo vacío de la insaciabilidad, educarlos en sus derechos y deberes, instaurar un modelo de ética que priorice el razonamiento, la capacidad crítica y la responsabilidad de asumir las consecuencias que la propia conducta tendrá para los demás. Enseñarles a diferir las gratificaciones, a tolerar frustraciones, a controlar los impulsos y a relacionarse respetuosamente con los otros. En definitiva: fomentar la reflexión y el diálogo como contrapeso a la acción.
Impulsaremos, hombres y mujeres, que la escuela integre y dedique más tiempo a los más difíciles, quebrando este círculo vicioso ocasional: «sal de clase al pasillo, del pasillo al patio, del patio a la calle». Entre todos, podemos ayudar a las familias a que impere la coherencia y se erradique la violencia.
Bibliografía
  • «El pequeño dictador: cuando los padres son víctimas. Del niño consentido al adolescente agresivo” Javier Urra
  • “Educar con sentido común.” Javier Urra.

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