RELACIÓN CON EL MUNDO EXTERIOR

DIARIO DE NAVARRA. Lunes 20 de Septiembre de 2010.

RELACIÓN CON EL MUNDO EXTERIOR
El autor afirma que la especie humana se caracteriza por contar con pocas reacciones innatas fundamentales, la mayoría son aprendidas.
Se inicia cuando el ser humano nace, y se desarrolla lentamente en el proceso de conocimiento del entorno y adaptación al mismo. De 0 a 3 años el desarrollo afectivo y cognitivo se concreta en la capacidad de hacer las cosas, comunicarse con gestos, coordinar los movimientos, aprender las secuencias necesarias para desarrollar una labor (inteligencia práctica), estamos refiriéndonos a la capacidad práxica. En este primer estadio evolutivo también aparecerá la capacidad de dar nombre a las cosas y a los conceptos, de expresarse con palabras, el denominado sistema lingüístico.
De los 3 a los 7 años se aprenderán los signos específicos del ser humano para comunicarse, la escritura y junto a esta capacidad gráfica llegará la de leer y memorizar los signos.
Apreciamos una maduración intelectiva y afectiva estrechamente relacionadas. La especie humana se caracteriza por contar con pocas reacciones innatas fundamentales, la mayoría son aprendidas. Desde el primer momento recoge y almacena multiplicidad de informaciones del ambiente externo a través de los sentidos, de la vista, oído, tacto, olfato y gusto y del interior del cuerpo. Estas sensaciones propioceptoras provienen de los órganos, músculos, articulaciones. Toda esta información se memoriza, pero además busca comprenderse la capacidad de reacción del organismo ante estos estímulos y la posibilidad de modificarlos, estamos en el nacimiento del Yo y el inicio de la relación objetal entre el Yo y el mundo.
Cualquier padre, abuelo, educador, habrá disfrutado de las adaptaciones del bebé a estímulos específicos, iniciándose con sonrisas, lloros, adquiriendo hábitos que dan paso a movimientos sensoriomotrices intencionales como el desplazamiento de las manos hacia un objeto sonoro y el ulterior descubrimiento de medios, objetos e instrumentos para superar obstáculos, por ejemplo, cómo puede acercar o alejar una pelota con un biberón.
Siguiendo a psicólogos que nos han antecedido como Piaget, Wallon y Vigotsky, apreciaremos cómo el niño reconoce un objeto, pero sólo cuando lo ve, más tarde alcanza el concepto lo que le supone un enorme ahorro psíquico. El concepto podríamos entenderlo como la síntesis y concreción de las características esenciales de una determinada clase de cosas o personas. Estos conceptos son memorizados y unidos a un sonido, la palabra. De esta génesis de la palabra y el pensamiento nace el lenguaje. El desarrollo antedicho tiene su origen en la motivación que aflora de una interacción recíproca entre niño y ambiente.
La función semiótica se pone en marcha entre los 12 y 18 meses y se encuentra consolidada a los 3 años. El niño puede evocar un acontecimiento, o un objeto con un gesto, una imagen mental o una palabra, concluirá formulando una frase completa con sujeto y verbo, al tiempo de dominar el pronombre Yo.
La maduración afectiva le ha permitido a los 3 años concebir su cuerpo y su Yo como algo distinto del mundo externo (primero será la madre lo que está fuera de él, más tarde, el resto del mundo). Entre los 2 y 3 años conseguirá el control de esfínteres y seguirá su evolución para a los 6 años conquistar el espacio euclidiano tridimensional, es decir la profundidad. En todo este devenir inciden factores esencialmente psicológicos. Pero volvamos a cuando el niño lanza objetos, y después introduce una canica en un frasco, o se queda ensimismado ante un espejo, intentando tocarlo. Veamos, a los 15 meses tiene conciencia de sí, inicia el proceso de identificación y proyección en el ambiente, interpreta un muñeco como otro yo y en él descarga sus afectos. A los 20 meses inicia el juego contemplativo, por ejemplo gusta de ver fotografías. A los 24 meses imita al adulto leyendo, más tarde el juego de afirmación y confirmación de la propia individualidad se realiza en oposición al adulto, estamos en los 3 años. Los niños juegan al lado de otros niños, pero no juntos, no comparten.
A los 4 años el juego incorpora el lenguaje, el niño asume distintos papeles, se aprecia un enorme desarrollo imaginativo, y el deseo de normas y reglas. A partir de aquí el juego se va haciendo más colectivo, se aprecian manifestaciones de ordenación social, por ejemplo el liderazgo. El niño en las distintas acciones descarga energías, algunas conflictivas entres sus deseos y la realidad.
Los 7 años son una edad esencial, decisiva, llega el descubrimiento del mundo externo, de las ideas, el código moral familiar se amplía a la sociedad, se pasa del estadio pueril al reflexivo, se constituye el concepto abstracto, se acentúa la introspección, se alcanza el concepto de la muerte como hecho irreversible.
Los 8 y 9 años son un período rico en adquisición de nociones. En la prepubertad llega la borrasca endocrina y afectiva y en la adolescencia, etapa llena de ilusiones e ideales, la búsqueda de la plena autonomía. Hemos pasado de un estadio posesivo, egocéntrico a otro altruista, en el que se acepta el principio de realidad. Esencial para la especie humana un correcto desarrollo que nos permita llegar a ser de verdad adultos, sin olvidar la niñez.

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