Pedro tiene 18 años. Ha dejado de estudiar. Tampoco trabaja. Vive con su padre y su abuela. Su madre murió cuando él tenía 3 añitos. Es agresivo, violento, insulta a su padre, a su abuela, les zarandea. “Odio a mi padre, no sirve para nada”, piensa continuamente.
Alberga grandes dosis de rencor contra su padre porque según él, “no ha estado cuando le necesitaba, se ha gastado nuestro dinero en juegos y maquinitas, y ahora que me deje en paz”.
En lugar de sacar algo de provecho de su vida y seguir adelante, se ha encerrado en un laberinto de odio y rencor y culpa a su padre de toda su desdicha: trapichea, rompe objetos de la casa, humilla a su padre y a su abuela, les amenaza.
Manuel, el padre de Pedro, observó el cambio con 13 años. Cuando cumplió 15, sintió miedo, impotencia y le denunció por violencia, malos tratos y trapicheo. Estuvo 6 meses en un centro de menores. Pedro no se le perdona. “Denunciar al propio hijo es lo peor que puede hacer un padre”. Y su odio ha ido creciendo desde entonces.
Manuel ya no sabe qué hacer. Ha recurrido a RecURRA-Ginso. Necesita ayuda. Necesita que su hijo cumpla unas normas, que le trate con respeto, que le perdone y que le comprenda. Ambos necesitan una reconciliación, una comprensión mutua y un respeto. Para Manuel, su hijo es lo que más quiere en la vida. Y Pedro necesita a su padre, pero tiene que saber perdonar y ponerse en el lugar de su padre.
“Mi vida tampoco ha sido fácil, pero siempre he conseguido trabajar en sitios honestos y sacar a mi familia adelante. Pero en lugar de ayudarme, mi hijo no me acepta, me desprecia, me echa en cara todos sus males”, se lamenta Manuel.