DUELO

Publicación: Diario de Navarra
Fecha: 16 de Julio de 2009
La pérdida traumática de tu mujer e inmediatamente después de tu hijo es difícilmente asimilable, más en plena juventud cuando la esperanza y el futuro te acompañan.
Los terribles hechos acontecidos en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid no sólo han impactado a la población sino que han generado interrogantes. Deseo diferenciar entre el error y la malpraxis de una profesional a la satanización de un magnífico colectivo vocacional y entregado como es el sanitario.
¿Cúal puede ser el sentimiento del padre? “Me los han robado”, “Me los han matado”. Necesita conocer la verdad, tener una información continuada de todos los datos y detalles de la investigación, saberse partícipe. Pues precisa integrar una explicación “lógica”. No sentirse por tercera vez victimizado ¡qué se haga justicia!
Respecto a la posible evolución estas pérdidas múltiples y secuenciadas no le han dado tiempo para elaborar la primera ausencia. Se encuentra “shockado”, inestable y sin referentes, en este sentido es esencial el papel que lleven a efecto los abuelos.
Su duda existencial es: ¿Qué hago yo con mi vida? Ronda una insidiosa culpabilidad y es que su identidad ha quedado cuestionada tan es así que ha sido un padre efímero que no ha convivido con su hijo, que no ha podido abrazarlo, además se quiebra la continuidad generacional, añádase la ruptura del sentimiento de inmortalidad propio de su edad. Su “YO” se tambalea.
La injusta sensación de haberle fallado al hijo, de haberle desamparado en un hospital se entrelaza con un sentimiento de impotencia.
Se precisa tiempo, pues este padre no va a dejar que el dolor aminore, ya que lo viviría consciente o inconscientemente como un abandono a su hijo y una falta de lealtad a la madre y a su familia.
Esta terrible tragedia impide el riesgo de un duelo patológico buscando la “sustitución” del hijo en otro futuro y ello dada la pérdida también de la madre.
Es segura su vivencia de desatención en un país extranjero (del primer mundo) y además se sentirá políticamente obligado a silenciar esa convicción.
Al final volverán a renacer las ganas de vivir y eso acontecerá cuando pueda elaborar que en absoluto significa olvidar sino adaptarse como un sobreviviente. Pero antes de que esto ocurra padecerá la presión mediática, su caso, su dolor deja de ser íntimo, es más apreciará la disonancia entre “el suceso” (como se cuenta) y lo que siente (como evoluciona su dolor)
Además en este caso particular hay componentes culturales y debates que le son ajenos (sanidad pública, versus privada).
No es menos cierto que ha de afrontar un verdadero cuestionamiento, el de dónde rehacer su vida.
Es incuestionable que procesará una incomprensión interna entre lo que es propio de su edad, divertirse, y su realidad de sufrimiento.
Precisa encontrar razones, buscar las mismas, integrar las dos muertes como negligencia. Eliminar “fantasmas” ¿por qué a mí?, ¿por ser de donde somos?
Necesita equilibrio, el apoyo de los abuelos, de los amigos, quizás de un psicólogo pero sin agobio dejándole espacios también temporales para llorar en silencio para encontrase con su soledad.
Requiere la retirada paulatina de los focos de la noticia y desde luego trabajar y tiempo, mucho tiempo, el que no podrá disfrutar con los suyos.
El trauma es indeleble, pero cursará o no en estrés postraumático dependiendo de su carácter y entorno.
No he puesto nombres, pues tragedias similares acongojan a otras personas y es a todas ellas a quienes los ciudadanos dedicamos nuestro dolor, a quienes transmitimos el más sincero pésame. La vida a veces es cruel, injusta, pero el ser humano tiene capacidad de aceptación, de sufrimiento. Esa es la grandeza de nuestra especie, que sentimos, que sufrimos, que imaginamos lo que pudo ser y que lloramos solos o en compañía.
Sería injusto olvidar a la profesional que cometió el irreparable error, otra víctima de una conducta humana, también joven y que sufrirá, pues seguro su ilusión cuando estudió fue ayudar a sus semejantes y si es posible aún  más a un recién nacido que no pudo conocer a su madre.
Permítanme que comparta mi experiencia personal. Cuando sufrí un infarto de miocardio me atendieron en el Gregorio Marañón implantándome tres stent, al despedirme pregunté por la oficina de atención al paciente y se sorprendieron gratamente cuando dejé un escrito de agradecimiento (no es usual que esto acontezca).
Cuando nuestro hijo Javier era muy pequeño tuvo una gravísima deshidratación y estuvo en la UVI del Hospital La Paz una semana entre la vida y la muerte. Mi mujer y yo no hubiéramos podido darle más cariño y atención que el que le proporcionaron los facultativos.
Me duele que en algunos ambulatorios ponga “Prohibido pegar al médico”. Considero que en ningún caso debe haber corporativismo, pero tampoco linchar a quienes buscan lo mejor para nuestra salud.
Estos días resultan profundamente tristes, pero hemos de captar la solidaridad sentida en todos los corazones y eso sí cuestionar qué más se puede hacer para que hechos tan lamentables no se repitan.

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