La PATOLOGÍA del AMOR en la familia

Cuando unos padres y un hijo están en conflicto existe dolor emocional, pero quedan rescoldos de amor.  Y si bien falla severamente la relación (encontrándose en un punto en que la convivencia empeora pues el vínculo está deteriorado), cabe la esperanza si se admite la ayuda de especialistas y la implicación del afectado, padres e incluso hermanos del designado como conflictivo.

Busquemos que los padres no teman a los hijos. Que los descendientes no padezcan una errónea educación que los convierta en estúpidos e insoportables dictadores. Que la ciudadanía, los medios de comunicación y las autoridades se sientan concernidos.

Tras señalar una parte oscura del paisaje humano, busquemos mostrar la forma de prevenirlo y aún abordarlo con esperanza para alcanzar el respeto que propicie aflorar un profundo cariño.

Siempre seré defensor de los niños y jóvenes, por eso señalo esta ya no tan novedosa violencia antinatura, que ha conllevado la creación de la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio-Parental que alerta de esta patología social, siendo pionera en el mundo y que tengo el honor de presidir.

Propugnemos un cambio, involucrando a padres e hijos. Mostrando al otro que es mi propio yo, mi persona, mi ser, el que tiene el deber ético de modificarse en positivo al encuentro de un nosotros.

Si nos posicionamos en el «yo no puedo», entonces cabe preguntarse: «¿Quién puede?». La verdadera solución nacerá del interior del seno familiar. Transmitamos la importancia de educar en el tú (tan importante como el yo es el tú) y es que el yo es profundamente injusto, dado que se considera el centro de todo, piensa y siente que los demás se deben guiar alrededor de él.

Trabajemos en la gestión de las emociones y los pensamientos. Busquemos generar cortafuegos contra la violencia y hagámoslo enseñando a administrar la mente, o lo que es lo mismo, a administrar la vida. A no tomarse demasiado en serio, pues carecer de humor, es carecer de humildad, de lucidez. Enseñemos a relativizar los problemas. Y estimulemos la afectividad, el con-tacto, el piel con piel, el decir: «Te quiero».

Somos conscientes de que los pequeños dictadores no nacen, se hacen, y por ello desde pequeños hay que educar en que: «El que no sabe lo que siente el otro, pierde».

Transmitamos pautas educativas como la constancia, la coherencia y criterios como que la sanción es parte de la educación. Retomemos el significado del deber, la importancia individual y social del respeto a la intimidad y a la autoridad. Eduquemos en las buenas formas, en la urbanidad, el protocolo.

Enseñemos a autodisciplinarse, autodominarse, arrinconando el hedonismo, el nihilismo. Propugnemos la higiene mental evitando rumiar pensamientos tóxicos y contaminantes desde el rencor. Eduquemos en el altruismo, la generosidad, la compasión, el perdón y la empatía.

Busquemos dotar de fusibles personales como el pensamiento alternativo y el lenguaje capaz de transmitir, de compartir emociones y sentimientos. Estimulemos la solución de conflictos.

Erradiquemos la educación analgésica, desde muy pequeños los niños deben aceptar lo que significa un no, asumir frustraciones sin reconvertirlas en violencia o agresividad.

Incentivemos la relación entre abuelos y nietos como fuente clave de nutrición emocional. Y en esa labor social denunciemos a los padres «equívocos abogados defensores de los hijos». Sabedores de que podemos olvidar lo que se nos dijo, incluso lo que se nos hizo, pero es difícil que olvidemos cómo se nos hizo sentir. Demos puntos de sutura. Hagámonos eco del mensaje: «Te sanciono, porque te quiero». Reiteremos que el criterio de los padres ha de ser más fuerte que el impulso del niño.

Educar conlleva asumir riesgos. Animemos a los que son y a los que serán padres ejerciendo desde la auctoritas a disfrutar.

Javier Urra es presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filio-Parental. (Artículo publicado en el diario El Mundo. Diciembre 2014) 

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